¿Quién se acuerda de un juguete roto?


Los actos de crueldad y abandono sobre algunos animales con los que nos identificamos rápidamente por cercanía, perros y gatos sobre todo, despiertan en la mayoría de nosotros nuestra ira e indignación cuando conocemos de su maltrato. Si conociéramos el dolor que hay detrás de otros, un poco más lejanos, como los que se exhiben en circos, zoológicos y delfinarios también sentiríamos la lógica compasión. La visión del horror que padecen los que nos sirven de alimento, nos revolvería el estómago si nos dejaran y quisiéramos mirar, que no queremos.
Todas son reacciones lógicas y, con mayor o menor afectación, propias a la mayoría de las personas. ¿Por qué, entonces, es tan diferente la percepción que tiene la mayor parte de la gente que acude al espectáculo público de un pobre bóvido que es hostigado, jaleado y zarandeado, obligado a llevar fuego en su cabeza, entre otras vejaciones? ¿Por qué esa muchedumbre no ve lo que está delante de sus ojos, lo que es tan evidente: un animal sufriendo?
Dejarse llevar por la masa, la adrenalina o el alcohol, son factores que sin duda ayudan a la insensibilización, a la ceguera emocional, pero incluso para los espectadores no activos el asunto resulta trivial. La respuesta está en la normalización.
El toro de lidia, o “toro bravo”, es un producto (sobre todo made in Spain) creado para el uso y disfrute del pueblo en todas sus múltiples variantes y como tal se acepta, como un objeto diseñado para la diversión. Unas veces ritualizada y esperpéntica como las de la lidia en plazas, donde el dolor y el daño están programados hasta la muerte, otras veces alocada y sin control donde a excepción de unas pocas reglas todo vale.
Así, disponemos de varios modelos normalizados por las leyes taurinas y la inventiva popular, pero cualquiera de ellos independientemente de cuan corto o largo haya sido el proceso de producción (crianza) disponen de una autonomía de juego mínima. Una vida corta como la de los becerros utilizados en una suerte de pantomima de corrida, ejecutada por espontáneos del toreo, pero que divierte a todos con la tortura de un animal que todavía depende de la leche de su madre; o una vida un poco más larga, pero que por ello más llena de sufrimiento, en el caso de aquellos que llegan a la edad adulta para satisfacer un placer -¿humano?- totalmente banal y efímero.
Tanto esfuerzo ganadero, tanta parafernalia organizativa... y una vida animal desperdiciada para obtener un juguete que apenas dura una hora en las manos crueles de la plebe.
fotograma de un Rally contra los animales de Pacma
A excepción de los que incluimos en nuestro círculo de compasión a todos los animales, para la mayoría no constituyen un acto de maltrato cruel el vociferante asedio y la carrera de espanto de los encierros, la inmovilización por la testuz y el arrastre forzado o el pánico de llevar en su cabeza dos bolas de fuego. Sólo son algunas de las vejaciones impuestas al toro y que según sus promotores y participantes no suponen maltrato ya que no terminan con la muerte del toro (al menos al término del espectáculo en algunos casos).
Si tenemos en cuenta que los amantes de la lidia están convencidos de que el toro no sufre durante su lenta ejecución, las expresiones de dolor y pánico en su cara y su cuerpo, el bramido ahogado por el griterío en estos “juegos populares”, carecerán de la menor importancia. Parece que tampoco el hostigamiento con caballos y picas, vehículos a motor, las pedradas, patadas o los golpes con diversos objetos, las caídas a la salida de los cajones de transporte, o durante la carrera desenfrenada, el agotamiento final.
¿Que queda al final cuando el juguete está roto y ya no aporta diversión? Siempre al final el matadero, pero puede que la mala suerte les guarde el destino de la muerte en la plaza redonda o que en el mejor de los casos un disparo acabe con el sufrimiento de forma rápida en el mismo lugar. ¡GAME OVER!
Después toca olvidarse del juguete y volver a casa... a lo mejor, al llegar, darle un abrazo a tu perro y sentir que conectas con él.
fotograma de un Rally contra los animales de Pacma
 Sebastián López
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El 14 de octubre, reivindicaremos la dignidad arrebatada a estos bellos y pacíficos animales, contribuyendo a dar testimonio público de su sufrimiento en la voz de Virginia Iniesta, veterinaria experta en el tema y vicepresidenta de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y del Maltrato Animal (AVATMA), en la charla-coloquio que tendrá lugar en el Monasterio de San Jerónimo de Sevilla.



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