La Gran Jaula
Cuando yo era
pequeño y la ciudad de Sevilla acababa donde la vía del tren la limitaba con el
casco antiguo, y en mi calle, aún sin asfaltar, había una lechería donde
podíamos comprar leche recién ordeñada que había que hervir, existía en la esquina
una taberna con olor a vino barato donde su dueño había habilitado en un
altillo del local una gran jaula donde revoloteaban un buen puñado de aves,
entre canarios, jilgueros o verdecillos. Y yo, que no ponía pegas a tener que
bajar por un cuartillo de vino blanco para cocinar porque tenía el aliciente de
contemplar durante unos pocos minutos ese pequeño mundo volandero, me
maravillaba con semejante espectáculo de alas y saltos. Eso si que era una
jaula y no donde mi madre o los vecinos tenían a sus cantores compañeros
alados, que yo ya entonces intuía minúscula y constreñida para que un pájaro
pudiera ejercer la magia del vuelo. Eso si que era una buena forma para que
vivieran las aves y yo decidí que quería tener una y pasarme horas contemplando
de forma tan cercana mis propios pájaros. Hay que decir que nunca la tuve.
Más tarde me
conformé con otros seres más asequibles para contemplarlos de cerca y así
pasaron por mi inconsciente propiedad peces de colores, lagartijas en tarros de
cristal, escarabajos, gusanos de seda y alguna ranita de San Antón que pronto
se dio a una fuga suicida. Hasta una pareja de patos que insensatamente intenté
mantener felizmente en el espacio mínimo de un lavadero y que un día alcanzaron
la libertad con una mentira piadosa.
Una parte muy
importante de mi infancia y adolescencia la pasé en el medio rural y en un
contacto cotidiano con algunos animales de granja. Gallinas, cerdos y algún que
otro mulo constituían la fauna domiciliaría y los animales salvajes eran
pájaros, lagartos o peces a los que había que capturar a toda costa,
desgraciadamente a veces con desenlaces fatales para ellos. Sin embargo, eso no
eran verdaderos animales salvajes, la fauna salvaje era la que podíamos ver
raramente en zoológicos y circos y, de forma incipiente ya, en la tv gracias a
los primeros documentales en blanco y negro de Félix Rodríguez de la Fuente.
Contemplar en
persona los primeros animales de lugares exóticos fue una decepción. Por
supuesto fue en zoológicos –afortunadamente nunca le gustó el circo a mi
familia-, penosos espacios donde grandes felinos se veían tremendamente
desgraciados contemplándonos desde el otro lado de la frontera de barrotes de
hierro, en su mundo en miniatura; rapaces sin horizonte que otear bajo el
mallado cielo de sus jaulas; o grandes y magníficos mamíferos como elefantes y
osos dando vueltas sin fin como buscando la felicidad perdida. Esto tampoco era
algo a lo que admirar ni se parecía a la magnificencia de las ilustraciones de
animales que atesorábamos en nuestros álbumes “Maga”.
La maravilla
asequible de las enciclopedias por fascículos vino a inundar de nueva ilusión
mis ansias por conocer la vida salvaje. Por 25 pesetas a la semana, que para
nuestro exiguo salario era una barbaridad, empecé a adentrarme en un nuevo
mundo, el de la Fauna africana, y más tarde del resto del mundo, con la “Fauna”
de Félix Rodríguez de la Fuente. Eran los años 70 y era lo más deslumbrante que
había visto hasta ahora. Impresionantes fotografías y pedagógicas ilustraciones
me introdujeron en un mundo de conocimientos al que yo accedía con fruición
cada martes después de una impaciente espera y varias visitas a mi kiosco. Yo
creo que fue entonces cuando decidí que
quería ser biólogo y dedicarme al estudio de los animales.
Imagen del primer fascículo de la Enciclopedia Fauna de 1970 |
Las incipientes
ideas del conservacionismo se estaban gestando en España y en todo el mundo y
la observación de la fauna se empezó a hacer con otra mirada, la de la
admiración de la vida salvaje y libre, en su hábitat natural y con un nuevo
acercamiento a los animales. Con más respeto y comprensión. Al menos fue así a
nivel emocional aunque era algo poco a tener en cuenta en nuestras vidas, era
algo curioso y lejano.
Para mi, sin
embargo, fue el puntal de mi formación. Yo tenía que ir a África algún día, a
la sabana de los leones, los ñus y las cebras.
Después,
durante los estudios universitarios, vino la época del asombró por lo minúsculo
y la realidad de lo salvaje se materializó en lo pequeño, en un mundo de seres
de seis patas. Y me hice entomólogo. Pero a la postre, volví a poner la mirada
en los seres con alas y plumas que me habían maravillado en mi niñez, pero esta
vez en libertad. El auge de la contemplación ornitológica llegó desde Europa y
ataviados con telescopios y prismáticos nos dispusimos a la “caza” visual de
aves de todo tipo y plumaje y los sitios emblemáticos se llenaron de
practicantes del bird watching.
Muchos de los
lugares que antiguamente eran cotos de caza se convirtieron en reservas de
fauna y flora y los cañones de las escopetas fueron sustituidos por
teleobjetivos y cámaras de video. El boom del turismo de naturaleza acababa de
empezar. En lugares muy vulnerables y sin medios para la conservación se
convirtió en una aparente tabla de salvación para los hábitats y animales,
especialmente en países del África central y meridional. Las llamadas de
atención para la defensa de ballenas y delfines también promovieron el turismo
basado en el avistamiento de cetáceos.
Parecía que
al fin íbamos a salvar a los animales salvajes de este mundo. Los ecologistas y
administraciones estaban promoviendo un cambio. Y los que pagamos por su
contemplación íbamos a sufragar parte del coste.
Pero esto no
era suficiente, en lo más próximo, otros animales estaban perdiendo la batalla
de forma consentida por todos. Este acercamiento lúdico a las especies más famosas en
libertad no ha impedido que grandes depredadores de nuestra fauna, como osos,
lobos o rapaces y grandes herbívoros como los cérvidos, se estén viendo
cercados cada vez más por la agricultura, la ganadería o la ocupación de
espacios para la urbanización o la industria. Están siendo confinados en sus
propios territorios, con barreras reales de alambre o la destrucción de sus
recursos. Creamos enormes cercados para contener y criar de forma controlada
especies cinegéticas, muchas veces con la excusa de su control poblacional.
Seguimos creando grandes zoológicos, con la única diferencia de que estos hay
que recorrerlos en coche.
El tráfico de
turistas en África ha disparado la red de senderos y carreteras en las reservas
y un continuo ir y venir de fotógrafos con buenos propósitos han convertido la
vida de los animales de la sabana en un gran zoológico donde se han
acostumbrado al paso de los vehículos soportándolos con estoica calma. Nos
hemos metido en sus jaulas pero seguimos irrumpiendo en sus vidas sin demasiado
respeto por la naturaleza de estos parajes que en su día fueron realmente
salvajes.
El turismo
bien intencionado de cazadores con cámara fotográfica está sufragando en parte
la conservación de animales en grandes latifundios de Sudáfrica, pero la mayor
entrada de dinero sigue siendo la caza de ejemplares de las especies más
emblemáticas de la sabana, como el león, el elefante, el búfalo o los grandes
antílopes y hasta tal punto es así que los ejemplares en supuesta libertad son
subastados previamente para luego ser cazados a un precio fijado. Y es la forma
que tienen para conservar.
Al final no
es una cuestión de espacio. Estamos limitando los espacios donde los animales
puedan vivir en verdadera libertad sin riesgo a ser masacrados para obtener un
trofeo, por su piel o sus defensas.
La
globalización del turismo, y no siempre de naturaleza, pero si en espacios
naturales que antiguamente eran paraísos para la fauna y la flora, promovido
por los tour-operadores pero también por las redes sociales, está haciendo que
lugares como las playas a donde van a desovar las tortugas marinas sean
invadidas por turistas ávidos de selfies, que impidieron la reproducción en
Costa Rica en 2015, o que delfines varados sean literalmente maltratados en
aras del toqueteo y la imagen narcisista de los móviles.
Al final
hemos convertido al planeta en una Gran Jaula para los animales donde los
manejamos a nuestro antojo. En un falso e ignorante acercamiento a la
naturaleza estamos convirtiendo a la fauna salvaje en objetos de espectáculos
masificados e inoportunos en su propia casa, cuando no los sustraemos de ella
para comodidad nuestra y los ponemos a nuestra disposición en zoológicos,
acuarios o delfinarios.
Yo ya se que
no iré a África a contemplar los animales que Félix me mostraba en las páginas
de su enciclopedia. Ya no sería capaz de participar en ello con el espíritu
ingenuo de conocer lo indómito y salvaje.
Sebastián López
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Otro de los grandes temas que trae AVHA a Sevilla es el de los Animales Salvajes que sufren y mueren en cautividad para satisfacer las necesidades de entretenimiento del hombre, así como su uso en pretendidas actividades educativas como son los zoológicos y acuarios. María Moreno, de la Fundación FAADA, no habla del tema este 16 de junio.
Otro de los grandes temas que trae AVHA a Sevilla es el de los Animales Salvajes que sufren y mueren en cautividad para satisfacer las necesidades de entretenimiento del hombre, así como su uso en pretendidas actividades educativas como son los zoológicos y acuarios. María Moreno, de la Fundación FAADA, no habla del tema este 16 de junio.
Me has dejado sin palabras...precioso.
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