Otra Navidad es posible
Es curioso, como en el mundo occidental tenemos asumida la
Navidad como una época para la conciliación, la solidaridad y la compasión, en
la que se dejan de lado los conflictos, las diferencias y en la que hay que dar
prioridad a la felicidad propia y del círculo familiar. Y aún es más chocante
que esto sea asumido tanto por creyentes cristianos como por ateos recalcitrantes,
sin saber muy bien porqué o ni siquiera planteárselo. Obviamente no todo el
mundo siente lo mismo y algunos incluso sufren u odian la Navidad.
Y ¿que puede haber de malo en que estos sentimientos
florezcan aunque sea una vez al año? Llegan los albores de la Navidad, y con el
Adviento nos precipitamos por la cascada del consumo y el acaparamiento
alimentario –“que más tarde suben los precios”- y ya en pleno diciembre se
completa el almacén navideño con dulces y demás viandas que después se
recordarán en los buenos propósitos del año nuevo, en los gimnasios y en las
dietas de adelgazamiento, pero aún así somos felices y la anhelamos.
Por supuesto que para muchos otros humanos, como los que
pertenecen a otras culturas en las que el cristianismo no es predominante, la
navidad no tiene más significado que el refuerzo del consumo y de la actividad
económica dirigida al turismo o a la migración occidental, pero hay otros
colectivos no humanos que, aún no teniendo consciencia de esta época del año ni del
significado de la Navidad, soportan las consecuencias –y no precisamente
positivas- de la actividad humana en torno a esta época de “celebración”.
Muchos seres sentientes han sido reservados para que en
esta época podamos dar rienda suelta a uno de los mayores placeres de la
Navidad: comer en compañía de familiares y amigos. Ellos han estado llenando y
seguirán llenando las mesas, sin que nos conmueva un ápice el conocimiento del
origen de la carne y del pescado que hace las delicias de nuestro paladar.
Si, para los miles de bebés de oveja, terneros separados
de sus madres al nacer y torturados para que su carne sea tan apetecible, lechones
y cabritillos; conejos, gallinas, patos y pavos; y millones de peces, entre otros, no es una buena época.
Aunque para ellos el destino final es siempre el mismo en
cualquier época del año, lo paradójico para mi reside en la forma en la que
acrecentamos la masacre consciente y la violencia implícita, precisamente en
una época en la que alardeamos del deseo de amor y de paz, de compasión y
buenos propósitos para con los demás.
Bajo los árboles de Navidad o en los regalos de Reyes de
muchos niños, cientos de cuentos harán las delicias de los pequeños y no tan
pequeños lectores, y sus protagonistas serán conejitos, ovejitas, cerditos,
vacas o incluso toros, gallinitas. Ellos se convertirán a los ojos de esos
niños en amigos entrañables y los adultos que se los lean les transmitirán la
ternura de esos animales que, también convertidos en sedosos peluches, dormirán
abrazados por esos brazos diminutos.
Ojala, que todos los animales de granja pudieran vivir
siempre en el interior de esos cuentos, en los que no existen la oscuridad y la
violencia insana de los adultos. Ojala que la palabra "ternura" referida a ellos
no tuviera otra connotación diferente del sentimiento de cariño entrañable, inocente o cándido.
Para muchos otra Navidad es posible, una Navidad sin
vergüenza y sin autoengaños. Si queremos que no haya guerras en el mundo,
empecemos por declarar la paz a los animales que comparten esta tierra con
nosotros.
Para muchos que ya hemos tomado la decisión, otra Navidad es posible ahora.
Para muchos que ya hemos tomado la decisión, otra Navidad es posible ahora.
Sebastián
López
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